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Comprensión del problema antes de su resolución

Carmen Fiestas , 09-05-2012.     Artículo en PDF

Es frecuente encontrarnos literatura basada en el enfoque a la solución a la hora de tratar con problemas; sin embargo es importante comprender bien el problema para obtener soluciones efectivas.

Es común que en algún momento de nuestra vida, con frecuencia, nos veamos obligados a enfrentarnos a algún problema de orden mayor, a veces inesperado, a veces consecuencia de nuestras acciones. Este artículo quiere indagar en aquellos aspectos que van a orientarnos no sólo a la solución del mismo, cuestión que ha sido abordada en la literatura empresarial dedicada al liderazgo o la autoayuda, sino sobretodo, a obtener una comprensión de lo que es el problema en sí mismo.

Un problema es el suceso que nos obliga a actuar para que no empeore la situación y que por traspasar nuestro umbral de conocimiento sobre las acciones que lo van a resolver convierte al suceso en problema. No obstante lo anterior, el problema nos está indicando que algo debemos cambiar. La inacción no nos acerca a la solución, y las acciones erróneas nos distancian de la misma y complican el problema.

Por ello, el problema podemos enfocarlo como una oportunidad de cambiar algo que falla, como una oportunidad por lo tanto de aprender acerca de aquello que nos sucede y que desconocíamos. Podemos verlo como un reto que nos insta, que nos reclama a ocuparnos de él sin pérdida de tiempo.

Para enfocarnos correctamente a la solución del problema es imprescindible saber contextualizar y medir el alcance del mismo. A quienes, aparte de nosotros, afecta el problema y en qué medida. Para contextualizarlo adecuadamente hemos de cerciorarnos que hemos comprendido el suceso que nos afecta. ¿Qué es exactamente lo que pasa? ¿Qué consecuencias tiene no abordarlo? ¿Qué conseguiré al solucionarlo?

Vamos a suponer que la solución depende de nosotros en primer lugar. En muchos casos, generalmente, lo primero que puede aparecer es un quebradero de cabeza, nerviosismo, tensión, todo ello porque el problema nos crea la incertidumbre que nos obliga a salir de nuestra zona de confort (seguridad); lo cuál puede hacernos dudar de nuestra capacidad para resolverlo, pero no hemos de equivocarnos en esto. Generalmente, nuestro organismo reacciona ante el problema porque en realidad lo prepara para la “lucha o defensa”, está activando nuestro sistema nervioso central (SNC) con la finalidad de activarnos hacia la acción. Lo que en otros tiempos servía para enfrentarnos a nuestros depredadores hoy responde a otro tipo de amenazas, como pueden ser los problemas.

Por ello, no consideremos la reacción de nuestro organismo como una patología, sino como una activación necesaria para ser más eficaces ante la búsqueda de una solución. Lo primordial sería conseguir una activación intermedia, que es donde, tras varios experimentos científicos contrastados, se ha demostrado que obtenemos el mayor rendimiento. Si nos activamos excesivamente nuestro rendimiento disminuye o incluso podemos llegar al bloqueo. Es importante manejarse teniendo cierto autocontrol.

Otro aspecto importante para la resolución del problema sería tener en cuenta que a veces las soluciones pueden ser sencillas y no complejas. Hemos de intentar encontrar una aplicación fácil de la solución y no una solución compleja. Por ello, si hemos entendido bien el problema, ya podemos dedicarnos a focalizarnos en las posibilidades, pues generalmente encontraremos diversas soluciones, y elegir las que son de más fácil implementación.

Antes formulé la pregunta: “¿Qué conseguiré al solucionarlo?”. La respuesta a esta pregunta es la que contiene el grado de motivación que va a impulsarnos a dar con la solución, es la que nos va a “empoderar”, es nuestro objetivo o meta, por lo tanto hemos de intentar responderla de la manera más amplia posible, profundizando en ella.

No olvidemos los costes de la solución, tal vez, para nosotros la solución mejor tiene un bajo coste y uno elevado para los demás. En este caso, podrían aparecer problemas derivados de los demás por no ser una buena solución para ellos, es decir, porque nuestra solución les perjudica. Por lo tanto, hemos de considerar las consecuencias propias y ajenas al elegir la solución.

La fase en la que diagnosticamos el problema, suele llevarnos directamente a la posible solución. Ya que hemos visto que el problema requiere de nuestra intervención para que no empeore la situación, nunca es una buena decisión, aunque creamos no estar preparados para afrontarlo, la evitación de la actuación. El victimismo, la cultura del sufrimiento, el creerse incapaz, etc., llevan a la inacción, por lo tanto, suelen agravar el propio problema inicial; entonces, lo mejor será reconocer que hemos detectado un área en la que tenemos carencias de aprendizaje concreto para dicho problema y subsanarlo aprendiendo.

A veces la urgencia a la que nos somete el problema puede hacernos tomar decisiones no contrastadas, o maduras, por lo que aunque la solución depende de nosotros puede ser una buena idea someterla al cuestionamiento de terceras personas, incluyendo a los posibles afectados, de modo que su aportación nos pueda llevar a una solución mejor. También puede ser que la naturaleza del problema requiera de una acción realmente urgente, previa a la solución, con la finalidad de que el problema no siga creciendo, para, posteriormente, con mayor espacio de tiempo y calma, dar con la solución definitiva.

Para finalizar, la resolución de un problema además de requerir una acción para que no empeoren las cosas puede servir para mejorarlas, por lo que merece la pena esforzarnos en comprender bien el problema, no solo para paliar sus efectos nocivos sino para encontrar nuevas posibilidades de mejora.

 


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